Esa gente que te dice que su día perfecto sería estar en un hotel todo-incluido a pie de playa paradisiaca en Bali con un mojito y un collar de flores multicolor despierta en mí una tirria parecida al que deben sentir los madridistas cuando les acusan de que les regalan las Champions. Y peor me ponen, si es posible, los que dicen que ojalá les tocase la lotería para no tener que volver a ponerse una corbata y, después, comprarse dos Lamborghini y contratar a Rosita, la ecuatoriana que les va a limpiar las bragas, calzoncillos y calcetines y va a cuidar a los niños mientras se van en yate. Sí, en yate, que los Lamborghini no rugían lo suficiente. Ni les sirven para conquistar los mares. Esa gente que ha estudiado un doble grado en la universidad porque para ellos más es más, que sus últimos vídeos vistos en YouTube son de un parguela que explica cómo hacerse millonario con criptomonedas y que en invierno esquía en Baqueira Beret y en verano navega por Marbella. Pero en velero. Gente que se describe como soñadora, aventurera y fiel al Carpe Diem. Embusteros. El deseo de una vida sin hacer nada no te hace “soñador”, te convierte en un mediocre. En un ignorante que chapurrea cuatro bobadas de los Bitcoins, en un insulso que se queda embobado ante los escaparates electrónicos de Emidio Tucci y en un rancio que escucha a Bertín Osborne, un “referente”. Encefalogramas planos que se arrastran por las ciudades con ojitos aguados en un rasca y gana. Que se calientan una lasaña de carne del Mercadona para cenar sin ni siquiera sacarla del envase y ponerla en un plato para después no tener que lavarlo. Ay, si estuviese Rosita… Que llevan los calcetines desemparejados, el bajo de los pantalones descosido y los sobacos de la camisa amarillos por no frotar. Haz un milagro, Rosita.
Y qué mundo nos hemos perdido si en vez de tanto ficus, hubiese más rosas. Personas conscientes de sus espinas, pero viendo la vida en color rojo pasión. Elegantes, ambiciosas, románticas. Personas que disfrutan de los pequeños detalles de la vida como tumbarse en una terraza al sol leyendo un libro, de una conversación en un banco o de un paseo de la mano de un amor. Rosita, quédate, que te contrato.
Columna para la asignatura de Géneros periodísticos de autor de 4º de Periodismo de la Universidad de Navarra.

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