Lo que queda de Cuba

Un viaje de fin de carrera para abrir los ojos a otras realidades

Cuando mis amigas de la universidad (Inés y Carmen) y yo elegimos Cuba como destino para nuestro viaje de fin de carrera, ni por asomo nos imaginábamos que acabaríamos dándole un puñado de espaguetis en una servilleta a un niño que se nos acercó a pedir comida mientras comíamos en un restaurante. Por supuesto que sabíamos a dónde íbamos: a un país ahogado por la pobreza de una dictadura comunista. Sin embargo, no fue hasta llegar allí y hablar con una decena de cubanos, cuando entendimos realmente la situación del país.

La bandera de Cuba en un balcón de La Habana. ANDREA MONTES FERNÁNDEZ.
Un dibujo expuesto en la Casa de la Cultura Julio Cuevas en Trinidad. ANDREA MONTES FERNÁNDEZ.

Sobre la marcha

Montamos en el avión Madrid – La Habana sin haber investigado nada de qué lugares podríamos visitar. Solo nos sonaban los nombres de La Floridita y La Bodeguita del Medio por la famosa frase de Ernest Hemingway: “My mojito in La Bodeguita, my daikiri in El Floridita”. Y ni siquiera llegamos a entrar a ninguno de ellos. 

Después de 10 horas de viaje y con el cambio de hora, nos plantamos en el Hotel Inglaterra sobre las 6 de la tarde con tiempo de sobra para dar un primer paseo por la ciudad. No teníamos ni idea de hacia dónde ir, así que nos adentramos en el Barrio Chino. Fue nuestro primer baño de realidad. 

El Barrio Chino de La Habana, La Bodeguita del Medio y El Floridita. ANDREA MONTES FERNÁNDEZ.

Los edificios estaban en ruinas. La basura adornaba las calles, el olor era una mezcla entre pis y comida pasada y los cables cruzaban por encima de nuestras cabezas impidiéndonos ver el cielo. Las viviendas no tenían ventanas y un par de sábanas actuaban de cortinas, por lo que, desde la calle, se podían observar las “barbacoas”. Cuando la familia crece, los cubanos no pueden permitirse comprar una nueva vivienda, así que estas tienen techos altos para aprovechar el espacio y construir un doble piso. El concepto de “barbacoa” está claro: el que duerme arriba acaba achicharrado. Cada dos pasos, algún cubano se acercaba para pedir pesos, comida, ropa usada o los champús del hotel. Los niños te ofrecían una flor de papel a cambio de unos caramelos para tener algo que llevarse a la boca. Con cualquier cosa se les podía ayudar

Pero, aún así, entre los viejos cableados, se veía que La Habana había tenido su momento de gloria. Aunque desgastadas por el abandono, las fachadas de las casas eran coloridas, al igual que los coches clásicos que se paseaban por la ciudad. Los niños estaban con sus cuadrillas jugando en la calle (algo que no se ve en España desde hace tiempo) y los no tan niños, igual. Decenas de sillas de plástico a lo largo de las calles eran testigos de las conversaciones entre los cubanos más mayores. Conocimos personas maravillosas (Ernesto, Alain, Chachi, Román, Junior y su compañero…) que se ofrecieron a acompañarnos a sitios a los que no sabíamos ir, nos hacían recomendaciones de qué ver y nos daban consejos sobre lo que nos podíamos encontrar. Personas que, a pesar de que están deseando salir de su país, se alegraban de que hubiésemos ido a visitarlo para conocer cómo están viviendo.  

Rincones de La Habana: sus fachadas y el Capitolio visto desde el Barrio Chino.

La realidad cubana

A partir de aquí entendimos muchas cosas. A parte de hacer varios tours en el que nos explicaron la historia del país, varios cubanos nos contaron su situación y su visión de lo que están viviendo: los apagones, la imposibilidad de salir del país por no conseguir el visado, el desabastecimiento de comida y el engaño de las cartillas de racionamiento, la devaluación de la moneda, el trío del Che Guevara, Fidel Castro y Raúl Castro… 

La utopía de la dictadura comunista en Cuba con una teoría en la que todos somos iguales, pero que su práctica ha llevado al estancamiento y a la pobreza del país. Un país en el que un médico cobra 50 dólares al mes y que, por falta de recursos, en lugar de ser un “cura-enfermos”, es un “mata-sanos”. Un país en el que sus hospitales no pueden aceptar donaciones. Un país en el que, a cambio de educación y formación gratuita, deben compensar durante cuatro años con servicios al gobierno trabajando de algo que no desean. Un país en el que sus ciudadanos se dedican al “trabajo de la limosna”, es decir, trabajan de pedir dinero a los turistas. 

Los últimos cuatro días los pasamos en Varadero, al que le dedicaré poco tiempo. Se podría resumir en “burbuja turística”. Un lugar hecho para turistas, donde no existe la pobreza, ni las casas destruídas, ni los niños pidiendo en la calle. Un lugar que no refleja las penurias que está pasando el país y que existe solo para que los turistas se vayan con una buena impresión del país sin entender absolutamente nada de lo que está sucediendo. Otra Cuba. Para no volver.

Cuba es un puzzle con cachitos de muchas cosas. Es una tristeza infinita por la situación que ya sobrepasa la poca esperanza que queda; es el deseo de vivir en libertad aplastado por la opresión que siente un prisionero en una cárcel; es el amor de los ciudadanos a su país sometido a la necesidad de salir de allí para sobrevivir; es la súplica de los cubanos por una Cuba libre. Eso es lo que queda en Cuba.


Algunas frases que nos dijeron durante el viaje:

  • “Solo pido una noche con electricidad”
  • “Hasta en el país más pobre del mundo se vive mejor que en Cuba”
  • “Mi sueño es salir de Cuba”
  • “Me he gastado mis ahorros en conseguir el visado para salir de aquí y me lo han denegado”
  • “Si pudiese vivir del turismo durante todo el año como lo hago durante los meses de verano, no me querría ir de Cuba”
  • “Aquí no tenemos oportunidades”

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