Ecosistema hamburguesa

Una vez cometí el error de ir a un McDonalds. Fue un sábado por la tarde. En la entrada colgaba un letrero con unos conductos de ventilación a cada lado de los que salían aire caliente con un olor similar al de la carne. El halo rojo y amarillo chillón que lo rodeaba me cegó y me arrastró a un nuevo ecosistema.

Era complicado desplazarse en el interior. Cada paso iba acompañado de un ruido chicloso bajo los pies. Ahí abajo se mezclaban servilletas arrugadas, tropezones de comida, líquidos y quién sabe si algún escupitajo premeditado. Permanecer quieta durante mucho tiempo suponía quedarme adherida al suelo. Mientras esperaba mi turno, observé cinco tribus marcianas: padres con hijos pequeños montando las piezas del regalo del Happy Meal, chavales de la ESO vestidos de SikSilk y unas AirForce a los que sus padres les dejaban volver a casa una hora más tarde, quinceañeras celebrando un cumpleaños con un McFlurry y una corona de cartón en la cabeza, un par de mochileros extranjeros abducidos por la idea barata de la comida rápida y un cuarentón virolo en traje con un ojo en la hamburguesa y otro en el ordenador. El aire estaba cargado. Las criaturas se movían de un lado a otro, con bandejas a rebosar sujetadas por brazos estirados como Playmobils. Realizaban gestos mecánicos: con las dos manos atacaban la hamburguesa, le pegaban un mordisco, el kétchup empezaba a resbalar por las barbillas, se limpiaban los restos con los dedos y, después, los sacudían al aire dejando flotar las migas. Para avanzar en mi fusión con el ecosistema, pedí un Menú4You con doble cheeseburger, patatas deluxe, salsa barbacoa y una CocaCola. Tecleé mi pedido en la pantalla pringosa, entregué el ticket a una mirada oculta bajo una eme amarilla dibujada en una gorra y me entregó la bandeja. Simulé los mismos gestos que los nativos y comencé la degustación. Con el primer mordisco me dieron ganas de limpiarme la boca con las manos. Cuando absorbí un trago de bebida, deseé ponerme la corona de cartón. Y cuando deslicé una patata en el sobre de salsa barbacoa, se me pasó por la cabeza lanzar un escupitajo. 

Salí de allí un minuto antes de convertirme en uno de ellos con los rastros de las hamburguesa y las patatas. ¿A qué contenedor correspondía tirar la comida sobrante? Me acostumbré de nuevo a la luz del mundo real y dejé atrás ese universo viscoso, de camino al baño de mi hogar.


Columna gastronómica para la asignatura de Géneros periodísticos de autor de 4º de Periodismo de la Universidad de Navarra.

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